viernes, 18 de noviembre de 2011

Mamá fiera

Recientemente una amiga me comentó que ella había entendido lo que era en realidad el miedo después de que se convirtió en madre. Antes, decía ella, no prestaba mucha atención a qué hora llegaba a su casa, en qué zonas andaba o si su vida podía estar en peligro o no. Ella misma, también me confesó después, que había aprendido a amarrarse las trenzas de los zapatos con una sola mano para cuando tuviese que enseñarle a su hija, quien nació sin una manito, cómo hacerlo.
Creo que comienzo a entender de qué hablaba mi amiga: de proteger a su hija a como diese lugar.
Esta semana me enteré de que una vacuna que necesito que me pongan durante el embarazo está agotada. La susodicha vacuna se le coloca a las mujeres que son tipo de sangre Rh negativo para que en caso de que tengan un bebé con sangre positiva no desarrollen una sensibilidad que les comprometa futuros embarazos. Después de buscar hasta debajo de la última roca -incluidos un hospital en los Valles del Tuy y varias llamadas a Maracaibo, Valle de La Pascua, Canadá, Estados Unidos y México- y ante el temor de no poder conseguirla entré en una especie de crisis histérica. No podía explicarle a nadie a mi alrededor -incluido mi esposo- que no podía tranquilizarme, que sus mensajes de optimismo tipo "tranquila que todo se resuelve" no me sabían a nada, me sonaban vacíos, no me daban consuelo; que yo lo único que quería era mi vacuna y la promesa escrita de que ni a mi, ni a esta bebé, ni a los próximos bebés que quiera o pueda tener, nos iba a pasar absolutamente nada.
La única persona que entendió quizás aún mejor que yo la desesperación que sentía fue, obviamente, mi mamá. Y es que ahora es que le encuentro sentido a esa famosa frase que dice "lo entenderás cuando seas madre". Es así. Sólo otra madre hubiese podido entender a mi peluquera, quien se puso como un demonio cuando descubrió que una vecina había insultado repetidamente a su hijo de ocho años porque éste no había hecho la cola para montarse en el ascensor. Todo esto me recuerda a esa leyenda urbana de la madre que sostuvo el peso de un carro con sus dos manos para sacar a su hijo que estaba atrapado.
Aunque podría argumentarse que técnicamente todavía no soy madre, desde el momento en que me enteré que estaba embarazada comencé a sentir un pánico como nunca antes. ¿Y qué si le pasa algo? ¿Y qué si no hay nada que pueda hacer para ayudarla? ¿Qué pasa si simplemente, por más que trate no puedo protegerla?
Entiendo, entonces, perfectamente a mi amiga, a mi madre, a la peluquera, a la señora del carro y a todas las otras madres que hacen lo impensable y lo imposible, que sacan fuerzas de dónde no existen, y que se enfrentan a enemigos mortales -llámense pobreza, enfermedad, delincuencia- para proteger a sus hijos. Tal como una gata o una tigra que ofrece un zarpazo a quien intenta separarla de su cría, ser madre es de cierto modo, ser una fiera.

2 comentarios:

  1. carlita que alegria me da ver que que empiezas a entender lo que es ser madre alegria orgullo satisfacciones a veces tristeza un compendio de todos los ingredientes de la vida.
    Te quiere, tu mami

    ResponderEliminar
  2. Así es madre, y que mayor alegría que tenerte junto a mí para que puedas vivir todo esto conmigo. Te quiero!

    ResponderEliminar