Antes de que Alana naciera mi mamá me contó un día lo fácil que había
sido para ella la lactancia materna. Cosa de bajarse el sostén y acercarme a su
pecho. "Igualito a Brooke Shields en la laguna azul", había dicho. En
un tiempo en el que la lactancia no gozaba de la legitimidad que le corresponde
y en la que el tetero era el mejor amigo de las madres, ella me dio leche
materna exclusiva hasta los seis meses. Era lo que su mama había hecho con sus
seis hijos y ella nunca se planteó otra alternativa.
Desafortunadamente o no -a veces las dificultades nos hacen mas
fuertes- mi experiencia con la lactancia materna no ha sido idílica como en la
Laguna Azul o tan fácil como la de mi madre y algunas amigas.
Desde que quedé embaraza me planteé que amamantaría a la pulga, por
las razones de salud y emocionales obvias (la cantidad de anticuerpos que
contiene y por como te permite trabajar el vinculo con tu bebé) pero también
porque me daba ilusión la idea de seguir una tradición familiar. Mi abuela lo
hizo, mi madre lo hizo y ahora yo lo haría.
Desconfiando de la simplicidad que prometía mi madre me dije que más
valía que me preparara para cualquier escenario. Y eso hice. Busque información
en internet, releí varias veces el capitulo dedicado al tema en Que esperar cuando se esta esperando,
hice un curso prenatal, asistí a una reunión de la Liga La Leche y me aseguré
de contratar a una facilitadora de parto -el ángel- y a una consultora de
lactancia que me ayudarían mientras estuviese en la clínica. Así que la primera
vez que tuve a la pulga en mis brazos estaba todo lo preparada que se podía
estar.
El ángel me ayudo en todo ese primer día y en la tarde ya estaba
alimentando a la pulga con relativa facilidad. Sin embargo, al día siguiente,
cuando la consultora llegó, la historia había cambiado. En la noche había sido
difícil que permaneciera pegada mas de uno o dos minutos y comenzaba a dolerme.
La consultora, me enseñó como colocarme a la bebe correctamente y me dijo que
si la bebe tenia una posición adecuada no debía doler.
Me fui de la clínica optimista pensando que tenia las herramientas
para defenderme exitosamente sola. No obstante, cuando llegué a la casa me
encontré con nuevos obstáculos. El dolor había aumentado, costaba tanto
despertarla q me podía tomar una hora, y al colocármela en el pecho se
desesperaba, daba cabezazos, agitaba las manos y lloraba histéricamente.
Al cuarto día llame a la consultora, concerté una cita y fuimos. Me
ayudó a que se pegara correctamente y me dio ánimo para seguir adelante. Salí
de allí energizada y feliz y por dos días todo fue estupendo hasta que al
tercero me reventó una fiebre de 40. Tenía mastitis (inflamación de la glándula
mamaria). El médico me mandó un antibiótico y la consultora me sugirió que no
dejara de amamantar, que al contrario, que le diera de comer a la bebe con más
frecuencia pues necesitaba tener los senos bien drenados.
Por una semana tuve una fiebre tan alta que me hacia delirar. Cada vez
que la bebé se despertaba de madrugada juraba que ese sería el día en que le
daría su tetero de fórmula (de hecho la compré y todavía la tengo guardada en
un armario sólo "porsia"). Con tal, mi abuela paterna crió a mi padre
y a sus cinco hermanos con leche de vaca y todos son sanos, fuertes y ninguno
sufre de alergias (al contrario de mi madre y yo). Para ir aún más lejos, mi
consultora de lactancia también hizo lo mismo (¿Isn’t that ironic?)¿Qué importaba darle un par de teteros para yo
poder descansar?
A pesar de que darle la fórmula no hubiese tenido nada de malo ni reprochable,
no lo hice. Sabía que sería como cuando uno se sale de la dieta para
comerse un pedacito de chocolate. Luego son unas galleticas, luego es un
postrecito, luego es un heladito en la 4-D. Cuando nos venimos a dar cuenta la
dieta es cosa del pasado. Pensé que así sería con la lactancia. Si lo dejaba un
día, al siguiente seria aún más fácil seguirle dando fórmula y así sucesivamente.
Y aunque no creo que la fórmula tenga nada de malo, simplemente no era
y no es lo que quiero para la pulga. Punto. Yo quería -y quiero- dar pecho
exclusivo hasta los seis meses (no sé si lo logre, por los momentos me lo
planteo mes a mes), y se ha convertido casi que en un tema de honor. Mi mejor
amiga me dice “tú sí que eres buena madre, yo le hubiese dado el tetero hace
años”. Pero no creo que sea mejor o peor madre porque darle o no pecho,
inclusive a veces siento que lo hago mas por mí que por ella. Me fijé una meta
y quiero lograrla.
Después de superada una segunda mastitis y otros retos como los saltos
de crecimiento en los que come hasta por ocho o diez horas seguidas -sí,
seguidas, solo paro para ir al baño y comer algo- o el hecho de que prácticamente
estoy amamantando con un solo seno -ya hablaré de esto mas adelante- sigo con
la lactancia.
Entonces, ¿qué me mantiene haciéndolo? Bueno, hay varias razones pero
estas son las mas importantes:
1. Mi orgullo propio. Puede sonar egoísta pero no contarlo como un
factor, sería deshonesto de mi parte. No quiero sentir que lo abandoné sólo por
que me encontré con algunas piedras en el camino. 2. A estas alturas ya está comprobado y súper comprobado que es el
mejor alimento que existe para el bebe y que tiene anticuerpos que lo protegen.
Pulgapapá y yo somos alérgicos y asmáticos así que no quiero correr riesgos
innecesarios. 3. La cara de placer y felicidad de la pulga cuando está pegada al pecho es
indescriptible. Es como si el mundo empezara y terminara en esa teta (y muy
probablemente sea así). Yo le he dado teteros con mi leche en ciertas
ocasiones, y no le he visto esa cara. ¿Y qué son un par de mastitis, unas
noches de llantos, y horas de horas en la silla de amamantar al lado de ver a
mi hija rebosante de felicidad?....