martes, 31 de enero de 2012

Un móvil de hadas y lo mejor de mí

Dicen que un hijo saca lo mejor de uno. Siempre he pensado que la afirmación es cierta, pero ahora tengo ejemplos para demostrarlo.
En el babyshower de la pulga, me regalaron un móvil de hadas diminutas para armar que es una preciosura. Cuando lo vi pensé "que cosa más bella" pero me cuestioné si sería capaz de sentarme a hacerlo, y lo que es aún un mayor reto, terminarlo.
Sin embargo, hace unas noches, mientras Pulgapapá y yo estábamos viendo tele se me ocurrió que armarlo sería una manera de hacer una actividad diferente y (uy que serio suena esto) una oportunidad para compartir en familia. Él, por naturaleza, es más paciente que yo y no dudé por un instante de su capacidad de terminarlo. Yo por el contrario, tengo serios problemas para seguir instrucciones (en la vida he podido seguir al pie de la letra una receta de cocina), soy distraída y no se recortar en línea recta. Pensé que desistiría al instante, pero me equivoqué. Esa noche armamos una parte entre los dos, pero al día siguiente seguí yo sola. Dos días más tarde lo terminamos, y uno después lo colgamos. Pocas veces me había sentido tan orgullosa de un logro tan pequeño.
Lo mismo me viene sucediendo con el orden. Por naturaleza soy desordenada y descuidada y todo lo que signifique organizar me da fastidio y dolor de cabeza. Sin embargo, desde hace unos meses encuentro un placer enorme en organizar mi armario, en hacer espacio para la pulga, en lavarle su ropa, en doblarla, en arreglar el mueble cambiador. Ahora todos los días me despierto pensando "¿y hoy qué voy a arreglar?".
Son ejemplos someros, pero tengo otro más serio. Ayer mientras cenábamos, Pulgapapá me dijo que estaba orgulloso de mí y de la manera tan hermosa en que estaba asumiendo la maternidad (sí, semejante declaración de amor me hizo llorar). Me dijo que le parecía admirable que yo, que le tengo pánico al dolor, tuviese la intención de tener un parto natural.
Es cierto, toda la vida le he huido al dolor, sobretodo al físico. A pesar de que he tenido un embarazo sin complicaciones, tuve muchos malestares los cuatro primeros meses. Ahora que lo miro en retrospectiva, me doy cuenta que asumí esas molestias de una manera muy distinta a cómo lo hubiese hecho en el pasado. Entendí en ese momento que hay algo mucho más importante que yo, algo -o más bien alguien- que necesita que me deje de pendejadas y piense primero en ella. Por ella fui capaz de sentarme a armar haditas con pabilos y pepitas de madera. Por ella he dejado la flojera y la aversión que le tenía al orden. Por ella aguanté cuatro meses de malestares y por ella espero soportar 12, 14 o 20 horas de dolor de parto (siempre y cuando no ponga en riesgo la vida de ninguna de nosotras dos). Y eso que apenas empiezo. Me pregunto qué otras cosas impensables haré por ella.

martes, 24 de enero de 2012

Contigo sueño

Mi pulga adorada,

La primera vez que soñé contigo te imaginé linda, cachetona y negra, negrísima. Todos se preguntaban cómo era posible que papá y yo hubiésemos tenido una niña negra si los dos somos blancos, pero a nosotros nos parecía lo más normal del mundo. De ese sueño no recuerdo nada más.
Tuve otro, antes de que me dijeran que eras una niña, en la que te imaginaba varón y mientras dormía pensaba "uy y será que va a ser varón". Pero no. Yo estaba segura de que serías niñas.
Otra noche vi como sería el parto. Natural, como yo quiero. Recuerdo que en el sueño decía "¿y esto era todo? Que fácil". Luego te ponían en mis brazos y me di cuenta que ya venías con zarcillos. "Qué maravilla", dije yo, "una cosa menos que hay que hacer". En esa misma noche soñé que te daba pecho por primera vez y que aunque estaba preocupada porque me iba a doler, no fue para nada así. Fue natural y divino y ambas nos quedábamos dormidas.
En otra oportunidad volví a soñar con el parto también natural y también muy fácil, pero apenas nacías, me enteraba de que en la clínica en ese momento acababa de morir una niña china. Estaba feliz por tu nacimiento pero muy muy triste por la chinita y su madre, a quién no conocía.
Finalmente, hace cosa de dos días soñé que te llevaban de mí. No sé cómo, no sé dónde estaba, creo que en la clínica, pero cuando le pedía a alguien (probablemente una enfermera) que te trajeran, me decían que no aparecías. Dice papá que me desperté diciendo con voz llorosa "no, no... pulguita..." Probablemente uno de los peores sueños que se pueda tener.
Pero tanto los malos, como los buenos, que son muchos más, son síntomas de una misma enfermedad: las ansias locas de acurrucarte, de olerte, de sentirte, de cargarte, de susurrarte canciones de cuna a la oreja. Vamos, que imaginarte está bien, pero ya quiero tenerte.

jueves, 12 de enero de 2012

Todos los espacios

Como una metáfora de lo que será de ahora en adelante mi vida, veo cómo por toda mi casa se esparcen cada día más cosas de la bebé. La cuna, el mueble cambiador, tres maletas llenas de ropa y objetos necesarios como teteros, esterilizador y demás, el babygym, el bouncer, la silla que usaré para amamantar a la pulga, todos regados entre la sala, mi cuarto, la entrada de la casa, el estudio y cuánto espacio medio vacío queda en la casa (me pregunto cómo unos seres tan pequeños pueden necesitar tanto perol).
Lo que comenzó gradualmente, primero quité la biblioteca de mi cuarto y la bajé para la sala, luego mi escritorio; ahora se extiende y se apropia uno a uno de todos mis espacios. Ahora en lugar de libros en la entrada de mi cuarto está un mueble cambiador con suetercitos y cobijitas que esperan a ser lavados, doblados y engavetados, y en donde solía tener un escritorio está la cuna con su móvil y su mosquitero a medio armar.
Creo que es una buena analogía de cómo mis prioridades empiezan a cambiar y de cómo naturalmente me preparo para que al menos los primeros meses la pulga y sus cosas me absorban completamente.
Una amiga me comentó en una oportunidad, que convertirse en madre era de algún modo un cambio de identidad. Desde ahora y para siempre sería primero y antes que cualquier otra cosa "la mamá de...". Ahora que veo como lo antiguamente familiar y conocido es reemplazado por objetos nuevos, ilusiones nuevas, objetivos y sueños también nuevos es que entiendo el cambio del que hablaba mi amiga. Y cómo con todos los cambios, lo peor que se puede hacer es resistirse a ellos. Así que yo me entrego con un poco de temor y mucha felicidad a esta nueva etapa. Me entrego a la pulga y a todo lo que su llegada pueda significar.